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Como parte de estas evaluaciones, se han reportado diferencias entre el registro de EEG de ni-
ños y el de infantes mayores y adultos. Por lo que los cambios en la actividad eléctrica cerebral
que son anormales en niños mayores podrían ser normales en ciertos estados y edades muy
tempranas (Maulsby, 1971). Al respecto, se han realizado numerosos estudios en los que se ha
correlacionado la actividad eléctrica del cerebro con la conducta en libre movimiento (Kalaska
y Crammond, 1992). Por ejemplo, Mountcastle, Lynch, Georgopoulos, Sakata y Acuna (1975)
correlacionaron el ritmo theta del EEG con conductas voluntarias y automáticas, tales como
caminar, correr, nadar, escarbar, manipular objetos con los miembros, realizar movimientos
de cabeza, cambios de postura corporal y particularmente durante el amamantamiento. El
estudio concluyó que si bien el ritmo theta está asociado al comportamiento en movimiento,
también lo está al sueño profundo con la potenciación sináptica a largo plazo, un proceso neu-
rofisiológico cerebral involucrado en el aprendizaje y en la memoria (Mountcastle et al., 1975).
Por otro lado, el ritmo beta se expresa en estados de alerta, en situaciones emocionales de
alegría y miedo, llanto y alegría; participa en su generación el sistema talamocortical, cuya
activación se asocia a la generación del ritmo con un rango de frecuencia de 12-25 Hz (Fu-
tagi, Ishihara, Tsuda, Suzuki y Goto, 1998). El ritmo alfa, por su parte, ocurre en un rango de
frecuencia de 8-13 Hz. Generalmente se registra durante estados de vigilia relajados que dan
cuenta de una sincronización de ambos hemisferios cerebrales. Por último, a diferencia del
ritmo alfa, el cual incrementa durante la respuesta a estímulos visuales y en maniobras que
requieren de atención (Lang, Lang, Heise, Deecke y Kornhuber, 1984), el delta se asocia a una
actividad eléctrica cerebral lenta (1-4 Hz), pero con mayor amplitud en la potencia medida por
voltaje. Así, pues, el delta se registra durante el sueño lento y sueño profundo, estados predo-
minantes durante los primeros meses de vida de los mamíferos. La investigación en instituciones de educación superior en México
Al respecto, se ha observado en niños que el porcentaje de sueño activo disminuye gradual-
mente de 60 % en las primeras semanas de nacimiento a 50 % en la semana 34 de vida
(Benasich et al., 2008). Los períodos de sueño en esta etapa inicial de la vida del infante son
bastante activos, no obstante, se ha reportado que la transición de los patrones de sueño
neonatal a patrones infantiles se completa hacia la semana 50, con disminución progresiva
de la cantidad de sueño profundo o de sueño de movimientos oculares rápidos (REM, por
sus siglas en inglés) (Sharkey, Iko, Machan, Thompson y Pearlstein, 2016). Asimismo, se ha
propuesto que la actividad eléctrica del cerebro de los recién nacidos está íntimamente ligada
a procesos de maduración del tejido neuronal. Y a pesar de que la ontogenia del EEG ha sido
explorada ampliamente, existen pocos estudios que dan cuenta de los efectos que tiene el
proceso de alimentación o amamantamiento en la actividad eléctrica cerebral, particularmente
durante los primeros meses de vida, dado que la leche materna es el primer alimento del que
dispone el recién nacido y que, por sus características químicas, su equilibrada composición
de nutrientes y aporte de energía, hacen que esta secreción sea la mejor fuente alimentaria
para los lactantes, según Forsyth, Gautier y Salem (2017).
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