Page 75 - La investigación como vínculo enter educación y sociedad
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E igualmente predominante es el hecho de que la familia es la principal fuente de cuidado infor-
mal. En España la gran mayoría de las personas dependientes de cualquier edad son cuidadas
por un familiar (Ruiz y Moya, 2012). En México, 16.4 % de los hogares cuenta con al menos
una persona con discapacidad, y gran parte de ellos tiene a un cuidador (Inegi, 2013).
Asimismo, diversos estudios reportan una predominancia del sexo femenino en el desempeño
de este rol. Por ejemplo, en un estudio realizado en Cuba se encontró que 54.3 % de los cui-
dadores eran del sexo femenino (Macías et al., 2014). Situación similar se encontró en estudios
realizados en Estados Unidos, Australia y Canadá, donde la proporción de mujeres osciló de
50 % a 77 % (Brickell, French, Lippa y Lange, 2018; Lamontagne et al., 2018; Xiao et al., 2014).
En Chile, hace seis años, 91 % de quienes desempeñaban este rol eran mujeres (Flores, Rivas
y Seguel, 2012). Y en nuestro país, en estudios realizados en el Estado de México, Nuevo León
y Yucatán, se encontró que más de 80 % de los cuidadores son del sexo femenino(Martínez et
al., 2008; Buenfil, Hijuelos, Pineda, Salgado y Pérez, 2016). En suma, esta carga diferenciada
en la distribución de los roles de los cuidadores primarios informales entre mujeres y hombres
LA INVESTIGACIÓN COMO VÍNCULO ENTRE EDUCACIÓN Y SOCIEDAD
ocurre en la mayoría de los estudios documentados (Andrade et al., 2016; Guerrero, Romero,
Martínez, Martínez y Rosas, 2016; Rodríguez et al., 2017; Akosile, Banjo, Okoye, Ibikunle y
Odole, 2018). Hecho que hace visible una inequidad de género en el cuidado informal, donde
es la mujer quien ejerce esta actividad dentro del sistema de salud (Vaquiro y Stiepovich, 2010).
Y si bien esto no significa que es una actividad realizada exclusivamente por mujeres, existe la
connotación de una feminización en el papel del cuidador, donde la mujer sin empleo, y por lo
general con menor nivel educativo, es quien se hace responsable de las tareas domésticas, del
cuidado y del apoyo de algún familiar con limitaciones en la actividad (Larrañaga et al., 2008).
Al respecto, se ha observado que las mujeres asumen este rol como un compromiso moral y
natural, que es enmarcado por cuestiones afectivas; mientras que las labores del cuidado en el
género masculino se dan como una opción salud (Vaquiro y Stiepovich, 2010). A partir de todo
lo anterior, se puede concluir que las labores de cuidado informal constituyen un escenario de
inequidad de género, donde la mujer suele ejercer simultáneamente varios roles: madre, es-
posa, trabajadora y el papel de cuidadora, lo cual afecta de manera importante su vida social,
personal, y, en la mayoría de las veces, su salud (Vaquiro y Stiepovich, 2010) (ver tabla 1).
Por otro lado, la edad de los cuidadores varía con respecto al vínculo que tengan con la perso-
na dependiente, es decir, depende de la etapa en la que se encuentra la persona con limitación
en la actividad (discapacidad) y el parentesco que tenga con su cuidador. En algunos estudios
realizados en nuestro país, específicamente con cuidadores de niños con discapacidad, se
encontraron rangos de 21 a 60 años para las edades de los cuidadores, con un promedio muy
cercano a los 34 años (Buenfil et al., 2016; Alfaro et al., 2008; Lara, González y Blanco, 2008;
Valle, Hernández, Zúñiga y Martínez, 2015). Mientras que, en el caso de los adultos mayores,
el promedio de edad de los cuidadores fue de 58.6 años, con mayor prevalencia entre los
rangos de edades de 46 a 55 años y mayores de 65 años (29.9 % cada uno) (Compean, Sile-
54 rio, Castillo y Parra, 2008). Ahora bien, en estudios realizados en otros países destaca que las
edades de los cuidadores de adultos mayores se dividen en dos grupos: cuando el cuidador