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Pero y los no cristianos, ¿podrán ser felices? Según la logoterapia de Viktor Frankl, sí pueden
llegar a serlo. Esto en medida en que el ser humano encuentre un sentido, luche y trabaje por
ese sentido hasta alcanzarlo, y mantenga una armonía en su vida. Además, el sentido puede
extenderse, evolucionar y combinarse con nuevos sentidos que sigan motivando a los indivi-
duos a vivir, disfrutar y prospectar.
“La logoterapia se dirige al futuro”, menciona Frankl (2017). Y esta aseveración es trascenden-
te, pues habla de un proceso a largo plazo orientado con esperanza, con visión y liderazgo
para el ser humano. Una visión en tales términos servirá para llegar a la trascendencia humana.
En toda intencionalidad educativa debe prevalecer la premisa de “la búsqueda y promoción
de la mejora de cualquier persona” (Cuéllar 2016). Es decir, los docentes deben ser felices al
buscar la mejora de las personas, al educar para generar mejores personas. Un buen educa-
dor en ello alcanza felicidad. Sin embargo, como bien dice Frankl (2017), deberá ser dinámico
el proceso y tendrá, como docente y como ser humano, otras búsquedas que servirán para
encontrar más sentidos y, con ello, la felicidad.
Por otro lado, según Cuéllar (2016), la verdadera felicidad la podemos definir como “la tranqui-
lidad del alma donde reina la paz”. En estas palabras se observa que la felicidad es entendida
como un remanso de paz, en el sentido sublime del alma. La paz es difícil de alcanzar para
algunas personas, sin embargo, se coincide en la expresión humana de paz-tranquilidad-ar-
monía-felicidad.
En materia de gobierno, mientras tanto, es interesante analizar la siguiente aseveración de
Aristóteles: “La ciudad es mejor gobernada por el régimen que hace posible la mayor medida
de felicidad” (Cuéllar, 2016, p.84). Dicha premisa pone de relieve a la comunidad en su interac- La investigación en instituciones de educación superior en México
ción para la construcción de la felicidad. Ello incluye múltiples factores de desarrollo humano,
tal y como la salud, la educación, la seguridad, el empleo, entre otros, lo que obliga a que los
humanos que están laborando en el servicio público se comprometan a coadyuvar a la felici-
dad de los gobernados a través de “un buen gobierno”.
De tal forma que, el hombre feliz, según Cuéllar (2016), es “el que vive bien y obra bien”, enten-
diéndose esta aseveración desde una armonía de felicidad como una especie de vida dichosa
y de una conducta recta, dado que se complementa con la expresión de que “la felicidad con-
siste en el ejercicio y uso perfecto de la virtud” (Cuéllar, 2016). Un ser humano virtuoso hace
el bien, nunca tiene la propensión a la maldad y a la perversión, por ello se puede decir es un
“propiciador de felicidad”. La felicidad ajena debe ser un tema en la agenda personal de cada
ser humano. Solo así, si todos nos comprometemos con ello, se construiría la base de una
sociedad armónica y con mayores probabilidades de ser feliz.
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