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76 Introducción
Indicar que la evaluación es un segmento sustantivo y obligatorio del proceso formativo puede
parecer una obviedad, pero conviene dejar claro esta premisa para evitar caer en un debate
disfrazado sobre la justicia y el beneficio de las evaluaciones. Por ello, iniciemos afirmando que
la evaluación forma parte del currículo universitario, es decir, del proyecto formativo que cada
escuela o facultad desarrolla. En tal sentido, la formación que se ofrece en las universidades
tiene algunos rasgos característicos que la diferencian de la que se brinda en otras institucio-
nes, entre las que destacan la acreditación profesional, la cual procura que los futuros egresa-
dos puedan ejercer una labor determinada.
Sin embargo, vale destacar que sin una evaluación bien estructurada no se puede determinar
si los objetivos se están cumpliendo, por lo que no se tendría constancia del nivel real de cono-
cimientos y competencias adquiridas por los estudiantes (Fernández Marcha, 2012), aspectos
significativos para dar credibilidad, validez y continuidad a las actividades planificadas para el
otorgamiento de un título profesional.
Estado de la cuestión
La educación, considerada como un proceso de transformación que involucra cambios entre
los factores y los productos, debe contar con un sistema de control que permita saber cómo
está operando, pues de esa manera se puede precisar si los productos finales se adecuan
a los estándares de calidad preestablecidos y qué tan eficiente es la operación del proceso.
Para eso, se deben hacer controles que permitan determinar si los estudiantes aprenden o, en
caso contrario, corregir los defectos, de modo que el perfil del futuro profesional se ajuste a las
necesidades y expectativas de la sociedad (Mendivil Zúñiga, 2012). En otras palabras, surge
la disyuntiva entre si se debe continuar enseñando a los estudiantes sin obtener información
de lo que están aprendiendo o instaurar un sistema institucional de medición del rendimiento
académico para supervisar el aprendizaje y mejorarlo.
Para conseguir esto último, sin embargo, se deben poner en marcha diversas iniciativas que
exigen recursos financieros y el compromiso de las instituciones involucradas. Además,
debe quedar claro que la simple medición de los conocimientos de los estudiantes no au-
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mentará per se sus rendimientos académicos, aunque es innegable que dicho proceso es una
condición necesaria para poder establecer objetivos alcanzables (Horn, 1991).