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desarrollo generasen los excedentes necesarios para combatir la pobreza y elevar la calidad
de vida de sus habitantes, y así, solo una vez alcanzados esos excedentes, dedicar parte de
esos recursos al cuidado del ambiente.
La Cumbre de Río sirvió para posicionar el concepto de desarrollo sustentable como un ele-
mento central en la gestión del desarrollo a todos los niveles. Uno de sus principales productos
es la Agenda 21, un conjunto de acciones que deben instrumentarse para operar la transición
hacia el desarrollo sustentable. Se parte de la premisa de que la crisis ambiental es un fenó-
meno estrechamente ligado con los modelos de desarrollo y que para combatirla se requiere
ir más allá de las soluciones científicas o tecnológicas para abarcar aspectos económicos,
políticos, sociales y culturales.
Teniendo esto en mente, en el capítulo 36 de la Agenda 21 se especifica el papel de la educa-
ción ambiental como un medio para transitar hacia un desarrollo sustentable. Aunque se sigue
concibiendo a la educación ambiental como una vía para generar y difundir información cien-
tífica y tecnológica para la resolución de los problemas ambientales, así como para promover
actitudes y comportamientos ambientalmente favorables, se le reconoce también como una
práctica social crítica que, a través del análisis de las causas profundas de la problemática am-
biental, se constituye en un factor de cambio y de transformación social. De manera concreta
señala tres áreas específicas de acción de la educación ambiental: 1) La reorientación de la
educación hacia el logro del desarrollo sustentable, centrada en la educación formal y no for-
mal; 2) La concientización del público, referida a los procesos de información y sensibilización
dirigidos al público en general, y 3) El fomento de la capacitación, dirigida a la formación y la
capacitación científica y profesional de los expertos ambientalistas (Caride y Meira, 2000a).
La relevancia que ha adquirido la educación ambiental para el desarrollo sustentable en la
agenda internacional se refleja en la proclamación del Decenio de la Educación ambiental para
el Desarrollo Sustentable, hecha por las Naciones Unidas para el periodo de 2005 a 2014.
A partir de esta proclamación se buscó promover y posicionar a la educación como la base
para generar una sociedad más viable e impulsar la integración del desarrollo sustentable en el
sistema de enseñanza escolar a todos los niveles (Semarnat, 2007). No obstante, como apun-
tan Hopwood et al. (2005), la carencia de una definición precisa y universal del concepto de
desarrollo sustentable ha originado una multitud de interpretaciones que conllevan a diferentes
grados de compromisos y de consensos sobre la naturaleza de los cambios requeridos para
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alcanzarlo. De esta forma, según Meira (2006), la educación ambiental corre el riesgo incluso
de convertirse en un medio para legitimar un esquema de desarrollo que es en sí mismo causa
y origen de los problemas ambientales si se limita a prescribir “soluciones prácticas” (conduc-
tas proambientales) en la esfera individual, sin cuestionar ni analizar las raíces y los orígenes de
la crisis ecológica, social, económica, y política.
Dada la ambigüedad del concepto de desarrollo sustentable, en México se ha preferido utili-
zar el término de educación ambiental para la sustentabilidad con el fin de caracterizar a una
educación que promueva la formación de individuos y de grupos sociales con conocimientos,
115 habilidades, sentimientos, valores y conductas favorables para la construcción de un nuevo
paradigma social caracterizado por la existencia de pautas de convivencia social y con la na-