Page 89 - ESTRATEGIAS ORGANIZACIONALES E INNOVACIÓN TECNOLÓGICA
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ESTRATEGIAS ORGANIZACIONALES E INNOVACIÓN TECNOLÓGICA







               religiones dogmáticas obcecadas en la obediencia ciega como única conducta aceptable, fren-
               te a las cuales la concepción epicúrea de la vida y el fin último de ella se antojan en las actuales
               circunstancias más apropiadas que nunca (ironías de la filosofía, quizá).
               Una conciencia ciudadana en ascenso promete situarnos al frente de un prometedor proceso
               de evolución social que, en la esfera infraestructural de la economía, brinda la insospechada
               oportunidad de socializar la producción. Solo se necesita que las personas se aparten del
               estado hipnótico en que se encuentran debido al aparato publicitario al servicio del consumo.

               El precio que cada quien debe estar dispuesto a pagar por el conocimiento logrado durante
               las últimas dos décadas gracias a la ciencia -en todo lo que concierne al medio ambiente
               y a la sociedad- es la ineludible responsabilidad social que su develación comporta. Ya no
               es posible la impunidad, pues ahora -gracias a la experiencia de las sociedades pasadas-
               entendemos la frágil dinámica propia de las intrincadas redes de interacciones entre los
               diversos organismos y su hábitat.

               Hablamos, pues, de un nuevo ethos como pieza fundacional del empoderamiento ciudadano,
               porque solo la plena aceptación y asimilación de ese nuevo ethos ciudadano se puede tradu-
               cir en una mejor funcionalidad de la democracia misma, lo cual es muy significativo. ¿Acaso
               alguien puede dudar que en la lista de las especies en peligro de extinción se halla, en primer
               lugar, el mismo ser humano?

                PuEdEN LAS TIC CONTRIbuIR A MEJORAR EL dESEMPEñO dE LAS
               ORGANIZACIONES Y EL dESARROLLO SuSTENTAbLE?

               En los párrafos anteriores se ha apuntado que las TIC pudieran convertirse solo en un eslabón
               más de la larga cadena de invenciones que pudieron haber contribuido a resolver los proble-
               mas que amenazan la existencia de los hombres en sus múltiples dimensiones. Generadas por
               la “ciencia sin conciencia” en que ha devenido el pensamiento científico, las TIC, sin embargo,
               no son en sí mismas una manifestación de la visión antropocéntrica prevaleciente, de la valo-
               ración del mundo natural como acervo de materias primas sin derechos propios, como capital
               a explotar con fines utilitaristas y a gestionar con criterios eficientistas, y no como patrimonio
               de la humanidad. No son expresión de la valoración del conocimiento científico como el único
               capaz de brindarnos bienestar, paz y felicidad, ni de la valoración de todos nosotros como
               consumidores, y no como ciudadanos. Tampoco de la estimación del desarrollo en términos
               de crecimiento material al infinito (¿en un mundo de recursos finitos?), y no en términos de la
               calidad de vida lograda para todos los seres vivos del planeta (Gudynas, 2004). Las TIC no son
               tan solo un producto más de la modernización tecnológica, sino el germen de una nueva fase
               de la civilización humana.

               Nos referimos a la creciente hegemonía del conocimiento como principal insumo y a su ge-
               neración como proceso de producción. Nunca antes la sociedad había operado, en cualquier
               ámbito de la vida, basada principalmente en el conocimiento científico, lo cual ha hecho que
               el conocimiento no científico sea desplazando. Por ende, el estatus social de la ciencia ha
               cambiado, de modo que ahora no es “solo fuerza productiva directa, sino también un nuevo
               sector económico y social: el de la producción de conocimientos” (Didriksson, 2000, p. 48).








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