Page 34 - Prevención de la violencia en el nivel preescolar
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La anterior autora y sus colegas encontraron que el componente emocional es básico en
                  el proceso del pensamiento racional, ya que pacientes que han sufrido un daño en las
                  áreas frontales del cerebro se comportan irracionalmente y no miden las consecuencias
                  de sus actos porque son incapaces de modular sus emociones (Ostrosky, 2011).


                  Blair (2010, citado por Hurtado y Serna, 2012), por su parte, indica que la sobreactivación
                  de la amígdala (cuya mayor responsabilidad se centra en el miedo) provoca que sujetos
                  inmersos en estados de violencia tengan un mayor riesgo de inadaptabilidad social. Esta
                  situación suele generar un estado de agresión proactiva (premeditada), característica que
                  se enmarca en el comportamiento antisocial que viene precedido por una alteración en la
                  amígdala y el hipotálamo (puede ayudar a crear emociones como la ira y el terror). De esta
                  manera se genera una reducción en la actividad reguladora frontal, lo que ocasiona que
                  los sujetos sean incapaces de procesar adecuadamente la información, por lo que sus
                  decisiones se sujetan a estímulos amenazantes (Blair, citado por Hurtado y Serna, 2012).



                  Richard Davidson (científico de la Universidad de Wisconsin-Madison) realizó estudios con
                  personas diagnosticadas con alteración agresiva de la personalidad, así como con sujetos
                  que sufrieron lesiones cerebrales en su infancia y asesinos declarados; los hallazgos le
                  permitieron descubrir que en la corteza frontal orbital (encargada de frenar las manifesta-
                  ciones impulsivas), en la corteza anterior cingular (que recluta a otras regiones del cerebro
                  en la respuesta frente al conflicto) y en la amígdala (donde surge el miedo y la agresión)
                  existen una serie de vías neurológicas comunes que si son afectadas pueden provocar
                  incapacidad cerebral para regular adecuadamente las emociones (Davidson, citado por
                  Ostrosky, 2011).


                  Asimismo, Fuster (2014) explica que una parte de la conducta poco social de los niños y
                  jóvenes se explica por una corteza prefrontal. Esta, aunque permite o inhibe la realización
                  de comportamientos selectivos que surgen como respuesta en el momento de decidir
                  cómo enfrentar una determinada situación, aún no se encuentra desarrollada por com-
                  pleto en la etapa de la niñez y la adolescencia; en consecuencia, no se encuentra lo sufi-
                  cientemente conectada con los grupos neuronales del cerebro posterior que median en la
                  creación de emociones y en la conducta orientada hacia la satisfacción de necesidades (el
                  reloj biológico va estableciendo progresivamente esta conexión hasta su punto culminan-
                  te: durante la tercera década de vida, es decir, entre los 25 y los 30 años de edad).



                  Además, los grupos neuronales cuya activación evoque principios éticos generales y con-
                  ceptos abstractos encuentran en la corteza prefrontal un mediador que les permitirá jugar
                  un papel en la toma de decisiones. Desde este punto de vista, un buen desarrollo del lóbu-
                  lo prefrontal (sustrato anatómico para las funciones ejecutivas, aquellas que nos permiten
                  dirigir nuestra conducta hacia un fin) podría reducir la expresión de conductas agresivas.
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